DE LA CRUZ UROYOA, VANESA
Me dicen que he cambiado, que no soy la misma, que he dado de lado a la gente que me quería y me apreciaba tal y como era... Y es cierto; he cambiado.
Yo era una niña alegre y risueña, buena, que hacía todo aquello que se supone debía hacer dadas las enseñanzas de mis progenitores, de otros familiares, de la docencia en el colegio, de personas que luego no hacen aquello que dicen se debe hacer. Era casi una niña modelo, que tenía unas amistades que eran más o menos como yo, que se divertía jugando con cualquier cosa. Pero, lo cierto es que, ser buena personas no es incompatible con el cambio o con, directamente, no ser gilipollas.
Fui creciendo, quizás demasiado rápido, y conocí a otras personas; personas que me abrieron los ojos a una nueva forma de ver este maldito mundo que se empeña en ponernos trabas, por lo que tomar atajos al éxito nunca me pareció mala idea. Y eso es lo que yo quería: éxito. ¿Y cómo conseguir el éxito? Pues cambiando.
Sin saber muy bien cuándo ni exactamente por qué, dejé de lado a mis antiguos amigos para comenzar a ir con los nuevos. Con ellos comencé a disfrutar realmente de la vida. ¡Dios!, jamás me lo había pasado tan bien y no había sido consciente hasta ahora que la antigua yo no tenía futuro dentro de la sociedad; de no haber cambiado, habría sido poco más que un cero a la izquierda.
Me abrí a un nuevo mundo donde conseguir estar en la cima era mi única prioridad, y vaya si lo conseguí. Gracias a la permisividad de mis padres y de que confiaban en mí, logre adentrarme en un mundo donde la gente como yo está por encima de aquellos que se empeñan en seguir siendo lo que eran cuando prácticamente se acababan de destetar. En parte, lo siento por ellos, pero es culpa suya por no querer evolucionar, por no querer ser alguien en la vida, alguien importante, alguien con éxito y popularidad. Así soy yo ahora: guapa, atractiva físicamente, joven, popular y gozo de un éxito sin igual. Quien no esté a mi altura, y si se cruza en mi camino, tendrá que ser humillado y aceptar ser ciudadano de segunda.
Dicen que he cambiado, especialmente un par de personas con las que antes, de niña, solía jugar. Casi que no lo llamaría un cambio tal cual, sino evolución social. He madurado, me he hecho adulta antes de tiempo, veo el futuro como una oportunidad para seguir creciendo y no permitiré que nadie me impida lograr mis objetivos; nadie me va a impedir que acabe en la cúspide de un sistema en el que prima la buena presencia, el poder y quitarse a los que no sirven de en medio si hace falta. Para los que no se adapten, sólo queda una vida llena de sacrificios y sufrimientos que aceptan porque son incapaces de ver más allá.
Ya no soy esa niña buena a la que daban palmaditas y felicitaban por su comportamiento; ahora soy toda una mujer en la cual mirarse si quieren el éxito y la popularidad.
Mi primer apellido no se corresponde con la actitud que gustosamente he adoptado. No me dejaré pisotear.