top of page

FALIVENE MC. GREGORY, LEOPOLDO

 

Justicia.

Desde pequeño he tenido un gran respeto respecto a la justicia. Empecé defendiendo a mis compañeros respecto a otros alumnos incluso mayores; en mi adolescencia, ayudé en más de una ocasión a atrapar a delincuentes, con lo que conseguí que se me respetara dentro del cuerpo de policía de mi municipio y de los alrededores; de adulto quise integrarme en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, pero me di cuenta que, a la larga, iba a acabar expedientado por tomarme las cosas demasiado a pecho.

Soy un fuerte defensor de la justicia, pero prefiero defenderla por mi cuenta. Eso me llevó también a descartar la carrera judicial, porque no me considero objetivo cuando sé que tengo una injusticia delante de mis narices; al final acabaría dejando en libertad gente que no debería y eso habría acabado por reconcomerme. Tuve, pues, que quitarme de la cabeza la idea de ser alguien con cierto poder para no enturbiar aquello que defiendo, por eso decidí hacerme mecánico.

 

Cuando estaba en mi segundo empleo como tal, la conocí a ella e inmediatamente me robó el corazón; una preciosa y joven mujer que más que por su belleza física, lo que me enamoró de ella fue su increíble personalidad, su sana vida y esa limpia mirada que dejaba entrever un alma noble y con ganas de comerse el mundo.

Con el tiempo, comenzamos a salir. Éramos felices, nos entendíamos como jamás pensé que me entendería con nadie en mi vida, compartíamos hobbies, pensábamos de forma bastante similar, teníamos los mismos sueños e inquietudes... Hasta que, un nefasto miércoles de enero, todos mis sueños desaparecieron.

Me llamaron al móvil, yo aún no tenía integrado, y recibí una mala noticia. La habían encontrado... muerta. Dejé el trabajo sin avisar, acción por la cual casi me despiden, y acudí a la morgue corriendo a una velocidad impensable. Al llegar allí, no me supieron explicar, o no quisieron hacerlo, me quedé en aquel lugar varios días, casi sin comer ni beber hasta que se dignaron a comentarme lo que a grandes rasgos había sucedido: habían abusado de ella y la habían matado con posterioridad con cierta saña.

 

Comencé a investigar. Hablé con sus amigos, conocidos, con gente de las redes sociales que sabían de ella, mucho o poco; me entrevisté con sus padres, con su hermana mayor, con el hermano pequeño, con abuelos, tíos y primos; fui a su trabajo y saqué toda al información que pude de sus compañeros y compañeras. Al final, después de mucho, di con quien arrebató la vida de ella antes incluso de que lo hiciera la policía. Indagué en la vida de ese mal nacido y me di cuenta de que no era un mindundi cualquiera, sino alguien demasiado poderoso como para que fuese ni tan siquiera detenido de forma preventiva. Aún así, quise ir a por él, pero me lo impidieron. Un policía con el que había entablado cierta amistad en años anteriores me comentó todo lo que rodeaba a esa persona y de que, aunque me doliese, lo mejor era dejarlo pasar. Le hice caso... pero no del todo. Le envié una carta, una especie de amenaza para que recordase toda la vida que alguien iba a esperar el momento adecuado para ir a por él.

No sé ni tan siquiera si le llegó o si lo hizo, si la leyó. Pero yo necesitaba estar preparado.

 

Comencé a entrenar mi cuerpo como jamás lo había hecho anteriormente, me dediqué a perfeccionar aquello que sabía de artes marciales y, para desahogarme un poco, cambié de profesión y me hice Guardia de Seguridad. Al fin y al cabo, de alguna manera estaba relacionado con la justicia, pero tenía algo más de libertad para hacer según qué cosas. Ahora estoy preparado, para cuando se de la ocasión, pero lamentablemente hay cosas para las que uno, por mucho que se las esperen, nada puede hacer. Ya no es las cuenta pendiente que tengo con él; es algo que viene de más lejos.

Leopoldo Falivene Mc. Gregory
bottom of page