FUENLABRA ROMERO, MARTÍN ALEJANDRO
–Así que, me has dicho que te llamas Martín.
–Sí señor Rial.
–Me choca ver en mi despacho a un alumno con las suficientes ganas de aprender como para acudir a este lugar voluntariamente. Tus padres deben estar muy orgullosos de ti.
–Eso nunca lo sabré.
–¿Que no lo sabrás? –sonrió–. Hijo, tendrían que estar mu…
El profesor Ernesto Rial, docente matemático en la Universidad Politécnica de Valencia, era una persona bastante abierta, cercana y amable que, por desgracia, a causa de sus virtudes, en ocasiones podía a llegar a meter la pata, aunque es de recibo decir que sabía enderezar las situaciones adversas con relativa facilidad.
–Disculpa, muchacho.
–No importa. Usted no tenía por qué saber que soy huérfano.
–¿Y cómo te las apañas para estudiar y sobrevivir al mismo tiempo? ¿Trabajas en algún sitio?
–En ocasiones, señor. Pero, afortunadamente, voy tirando de la herencia familiar. Como poco, gasto poco, no suelo salir mucho… Ahora mismo únicamente me interesa sacarme una carrera y poder vivir de ello en un futuro no muy lejano.
–Eso no es sencillo. Tener una carrera no te garantiza un empleo, aunque ciertamente ayude mucho.
–No importa. Suceda lo que suceda, siempre tendré la conciencia tranquila, señor.
–Eres demasiado educado –sonrió el profesor.
–La educación es la base de la convivencia.
–Estoy de acuerdo. Pero, en ocasiones, el exceso en las formas puede ocasionar el efecto contrario del que deseas. Aplícalo cuando realmente sea necesario.
–Lo intentaré, señor.
–Y, por otra parte, a lo dicho anteriormente, ahora tengo la certeza de que tus padres están orgullosos de ti.
–No se ofenda, pero mis padres dejaron la vida y no hay nada de ellos que se pueda sentir orgulloso de mí.
–Te equivocas.
Martín miró extrañado a Ernesto. Comenzaba a pensar de que, quizás, el exceso de matemáticas en su cerebro le había trastornado de alguna manera.
–Están muertos, señor.
–La muerte… La muerte es un proceso por el que pasa un ser vivo; una etapa que cierra otra que se abrió con anterioridad. Pero tus padres, Martín, son mucho más que esos cuerpos que quedaron si vida; tus padres están aquí, te observan y te apoyan, te respetan y se sienten orgullosos de ti; es la esencia de tus padres la que te hace avanzar, porque es esa misma energía la que nos envuelve a todos, la que nos alimenta, la que no desaparece, sino que se transforma para dar lugar a más vida.
–Creí que usted era profesor de matemáticas; ahora veo que lo es de teología.
El profesor Rial comenzó a reír.
–Para nada, señor Fuenlabrada. Yo no estudio a Dios; yo soy un estudioso de la propia existencia, aunque en mis ratos libres –acabó la frase sonriendo.
–A mí, lo que ha dicho, me suena más a la Iglesia que a otra cosa.
–Ten la mente abierta, Martín. Quien no se cierra a otras verdades, acaba por encontrarla.
–La verdad es que mi madre murió cuando tenía siete años y mi padre cuando tenía diecisiete, y eso no lo cambia nada ni nadie.
–No estás abriendo tu mente, joven alumno. Y, para aprender correctamente matemáticas, uno ha de tener la mente completamente abierta.
–Nada que haga o piense va a traer de vuelta a mis padres de las profundidades del Hades.
–¡Ah!, te gusta la mitología –sonrió más pronunciadamente.
–Como a usted, señor. Como a usted.
El profesor Rail rió a carcajada limpia con esa naturalidad que se le reconocía. Aquel día fue el comienzo de una bonita amistad.