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GUTIÉRREZ IBAÑEZ, HUGO ISMAEL

 

-¡Tenemos rehenes! –se escuchó desde el interior de una céntrica tienda de calzado en Madrid–. Si no se accede a nuestras peticiones, cada media hora morirá uno de ellos.

 

Un atraco, o algo peor que se quedó en eso, acontecía en la capital española a primera hora de la mañana, cuando lo comercios hacía poco que abrían y, por lo general, todo afortunado con trabajo comenzaba a trabajar o llevaba alguna hora que otra haciéndolo.

–El negociador está en camino –dijo una mujer policía a su compañero.

–No sé si estos van a negociar gran cosa –respondió éste.

 

Lejos de allí, aun en los límites de la ciudad, un hombre intentaba ponerse en contacto con su pareja. Hugo había pasado mala noche y hasta el momento no había querido o podido ponerse en contacto con ella salvo desearse buenos días y disculparse por su situación, por lo que creyó conveniente que, dada la hora que era, podía intentar dialogar un poco con su futura esposa. Pero a pesar de que repetidamente insistía en comunicarse con su joven amada, esta no contestaba.

Instantes después de haberlo intentado por quinta vez, su integrado recibió una notificación de Interior comunicando el atraco que se estaba ocasionando e instando a los ciudadanos a evitar pasar por allí. Hugo se temió lo peor.

De inmediato accedió a la red y se puso a buscar información; una información confusa y sin demasiados detalles que más que tranquilizarlo hacía que se pusiese más nervioso.

Otro aviso en su integrado no hacía sino confirmar sus temores: los nombres de los retenidos junto a una foto oficial eran accesibles al conjunto de la ciudadanía, y entre estos estaba su novia.

El joven salió con rapidez dirección a la tienda atracada, sabiendo incluso las dificultades a las que se enfrentaría al intentar acercarse allí, pero su determinación hizo lo que pocos podrían haber hecho: plantarse en tiempo récord en el conflictivo lugar y abrirse paso como si el demonio mismo le estuviese apartando a cuanta persona se pusiese delante suyo.

-¡Deténgase!, ¡le ordeno que se detenga! -gritó un agente de autoridad. Pero era evidente que detener a Hugo en el estado en el que estaba resultaba harto complicado.

-¡Mi novia está ahí dentro! -gritó a un volumen muy superior al que el policía había empleado.

-Hay varios rehenes ahí dentro y familias preocupadas que, al igual que usted, quieren tener de vuelta a sus seres querido sanos y salvos –se apresuró a decir otro agente–. No se preocupe. Ya hay un profesional negociando con los atracadores.

–¡Con ese tipo de personas no se puede negociar! -volvió a gritar Hugo- ¿Dónde están los francotiradores?

–Confíe en nosotros. No tenemos ningún interés en que nadie resulte herido.

Hugo comenzó a mirar en dirección a la tienda. Temblaba, sudaba como jamás lo había hecho, el estómago se le encogía por momentos y por la cabeza comenzaron a rondarle catastróficos pensamientos sobre lo que lamentaba iba a ocurrir.

 

Los minutos pasaban, el ambiente se enrarecía y los rostros de los agentes se tornaban preocupación.

–Parece que no quieren saber nada –dijo un policía–. No varían un ápice sus exigencias.

Hugo miró de reojo al escuchar aquello.

–Espero que sus amenazas no se cumplan.

–Ya hace casi cuarenta minutos que lo dijo. Mientras que estén entrete…!

Un disparo se escuchó en el interior de la tienda. Hugo palideció, aunque no fue el único.

-¡Malditos hijos de…! ¡Lo han hecho!

La gente de los alrededores comenzó a huir ante la posibilidad de que una bala perdida les alcanzase, pero el joven madrileño no se movió un ápice. Sus ojos, fijos en la tienda, parecían ausentes de vida; su corazón se estremeció y una lágrima recorrió lentamente su rostro.

 

A las pocas horas, después de varios intentos de diálogo, las fuerzas especiales de la Policía lograban abatir a varios atracadores; un par de ellos fueron reducidos entre algunos de los rehenes que permanecían con vida.

Las informaciones desde el Ayuntamiento de Madrid e Interior hacían referencia a cuatro atracadores y cinco rehenes fallecidos, entre ellos, la novia de Hugo.

Hugo Ismael Gutiérrez Ibañez
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