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MIATAS DELGADO, SALVADOR ENRIQUE

 

–Elena, me llevo al niño al parque para que juegue un poco con la pelota.

–De acuerdo, Emilio. Acabaré la limpieza de la casa mientras estáis fuera.

Aquel día marcó mi vida.

Era domingo, soleado, muy buen tiempo para pasar el rato jugando con la pelota de fútbol que me habían regalado las últimas navidades. Fui con mi padre, pues mi madre se había quedado en casa para acabar la faena del hogar, pero mi progenitor tenía una idea muy distinta de divertirse con el esférico. Se inventó un juego, un desagradable juego en el que yo tenía todas las de perder y el todas las de ganar. No le culpo, porque lo que pretendía con ello era que fuese más espabilado, más inteligente, más listo y despierto, aunque con un niño de mi edad, aquello resultó ser excesivo.

El juego consistía en en que debía quitarle a él el balón, ya que me lo había arrebatado instantes antes, con la imposición de no devolvérmelo hasta meses después si no era capaz de quitárselo. Obviamente, no pude. La frustración fue máxima en mí… y mi padre creyó que, de alguna forma, me hacía un favor. Pensó mal, pero, como he contado, aunque a posteriori, no puedo culparlo, puesto que sus intenciones eran buenas, aunque los modos no lo fueran.


 

Al llegar a casa, la cosa no fue mejor.

En el proceso de limpieza, mi madre había acabado por tirar cosas inservibles, para ella al menos, por lo que mi cubo, estropeado, de Rubik apareció en la basura. Adoraba ese rompecabezas; era, de lejos, el regalo favorito de los que me habían hecho en mi corta vida y, a pesar de estar estropeado, ya que no estaba completo y giraba mal, le tenía un gran aprecio, sobre todo por la carga emocional que tenía al ser un regalo de mis abuelos maternos.

Me enfadé mucho, más de lo que ya estaba a causa de la jugarreta de mi padre con el balón; gritaba y lloraba como no recordaba haberlo hecho nunca ante la sorprendida reacción de mi madre, que insistía en que estaba roto y que me compraría otro en cuanto pudiera, y la sonrisa algo maliciosa de él al ver como su vástago sacaba genio por defender sus cosas, estuvieran o no rotas.


 

Ya no recuerdo nada después de eso.

Por lo visto, tras gritar, algo sucedió y me desmayé. De alguna manera provoqué un terremoto, o eso dijeron; mis padres pensaron que estaba poseído a raíz de ese suceso, por lo que contactaron con personas expertas en la materia y le enviaron a él, al padre Ignacio. Me hizo un exorcismo, lo pasé realmente mal con la experiencia, sufrí lo insufrible y estuve a punto de irme al otro barrio, pero aquí estoy; vivito y coleando.

Después de años sumido en cierta tristeza y depresión, hoy he decido sobreponerme a todo para cambiar, para ser alguien positivo al que todo le va a empezar a salir bien. Tengo un buen amigo que sé que me ayudará; incluso con el tema de ella. Ella… La amo tanto, que cada indiferencia y desprecio suyo son puñales clavados en mi corazón, pero acabaré por conquistarla; para eso he decidido cambiar de actitud.


 

Hoy es jueves, 25 de mayo de 2062. Estoy seguro de que será un gran día.

Salvador Enrique Miatas Delgado
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