ORBEA, RAFAEL
No es fácil ser miembro de una familia acomodada; no es fácil ser un Orbea.
Sí, es cierto que de siempre he tenido todo lo que he querido, que nunca me ha faltado de nada, que incluso aquello que no deseaba lo tenía disponible en pocas horas. Esa es la parte positiva de ser el heredero universal de la familia. La parte negativa es levantarte un día y saber de dónde viene el dinero.
Al principio, cuando era pequeño, simplemente disfrutaba de la magnificencia que mis padres me proporcionaban, pero todo acabó cuando descubrí los trapos sucios de mi padre y, a consecuencia, el fallecimiento de mi madre.
En lo personal, tampoco ha sido fácil ver como tu cuerpo se empeña en llevarte la contraria. Si bien se puede decir que estoy dentro de lo llamado saludable, físicamente, el exceso de grasa nada más me ha traído que problemas, recibiendo insultos de multitud de personas empeñadas en tener a alguien con quien ensañarse para poder divertirse a mi costa sin gastarse un céntimo en ello; personas que pretendían hacerse las graciosas tirándome gusanitos, quicos o palomitas, entre un sin fin de productos alimenticios, para hacer ver al resto lo que me encantaba comer, aunque la realidad es que he pasado por más dietas que todos ellos juntos en toda su maldita vida sin resultado alguno.
Pero, tras el fallecimiento de mi madre, decidí seguir los pasos de mi padre, decidí hacer que otros sintiesen lo que yo sentía, decidí que ser un Orbea no iba a ser sólo no tener que preocuparse por la comida o todo aquello material que me importaba, sino conseguir poder; poder para aplastar a todo aquel que me cayese mal, a cualquier persona que se pusiera entre mi propia persona y mis objetivos.
Con el tiempo, a pesar de lo turbio, entré en la organización donde estaba mi padre, me acogieron como a uno más y me asignaron unos quehaceres. Aquello fue fantástico, puesto que podía hacer cualquier cosa siempre que cumpliese con lo que me ordenasen, casi siempre algo que ya de por sí hacía antes de entrar a formar parte de su grupo, de “Los elegidos de Dios”. Mis ambiciones crecieron, mis deseos se multiplicaron y apareció ella de nuevo por mi vida; una chica que, en su momento, pasó de mí, pero que no iba a dejar de pasar la ocasión para conquistarla por todos los medios que tuviese a mi alcance, y tenía unos muy buenos.
Ahora es más que una amiga, aunque yo la considero mi pareja, mi novia, mi prometida. Aún quedan resquicios de sus amistades pasadas rondando por su vida, pero es cuestión de tiempo de que desaparezca miserablemente para que ella y yo formemos una familia con un impresionante futuro abriéndose paso ante nosotros, donde nada nos faltará, ni comida ni cosas ni amor. Al fin y al cabo, siempre seré un Orbea.