SAN MIGUEL ARCÁNGEL
–No puede ser cierto, no lo es. Esto debe ser una broma de mal gusto.
El obstinado arcángel sabía que era imposible que aquello que estaba ocurriendo fuese cierto; sabía que aquel, su hermano, era incapaz de revelarse a su creador; sabía que la misma existencia de aquel ser de luz con una energía superior a la de cualquier otro de cualquier Coro y Esfera era suficiente razón para probar su incorruptez; sabía que jamás les traicionaría, pero lo estaba viendo.
El lucero se apagaba para el originario, se apagaba para muchos que confiaron en él. Debía cumplir con su cometido; debía detenerlo.
Por mucho tiempo se postergó aquello que según Padre debía hacerse. Intentó evitarlo varias veces, eludiendo su propia responsabilidad, pero al final tuvo que hacerlo. Reunió al Octavo Coro al completo, a los otros seis, y juntos fueron a detener a la mayor amenaza que habían conocido en su larga aunque por otra parte corta existencia.
Allí estaba, inmóvil, esperando enfrentarse a él y a los otros sin vacilación alguna, sin rehuir a la pelea como otras veces lo había hecho para evitar enfrentarse a aquel con quien más afinidad tenía de toda la jerarquía. El arcángel se mostraba sereno, seguro y con ganas de que todo pasase; Oreirb-ats, frente a él, estaba intranquilo, aunque no por él mismo, sino por los demás.
Comenzó la lucha entre poderosos entes. Una lucha que los arcángeles sabía que era difícil de ganar, pues su poder real no era comparable a aquel que sólo estaba por debajo de Dios y por encima de todos los demás, aunque en la jerarquía no estuviese por encima de nadie.
Todos parecían tantearse, evitando cualquier ataque directo. Los arcángeles comenzaron a rodear a su poderoso hermano, pero este no cedía. Mientras más le cercaban, parecía que una cada vez más resistente barrera se interponía entre ellos, hasta que esta, al poco, cedió.
Oreirb-ats dejó de luchar y su aparente nerviosismo se tornó en una increíble y relajada paz que sorprendió a sus hermanos. Todos aquellos que estaban de su lado se encontraban ya a salvo; no tenía sentido seguir luchando.
Los arcángeles se acercaron a él, yendo Miguel de frente, para aprisionarlo y llevarlo ante su creador. Pero, antes de hacerlo, Originario y prisionero cruzaron sus últimas palabras.
–Esto no tendría que estar pasando –comentó el arcángel.
–Cierto. Esto no debería estar pasando –dijo Oreirb-ats.
–¿Por qué? ¿Por qué precisamente tú has emprendido esta absurda defensa de lo negativo? ¿Por qué te empeñas en destruirte? ¿Por qué nos haces esto?
–Sólo cumplo con aquello que se me mandó hacer cuando se me creó.
–No empieces con eso otra vez -contestó de forma tranquila, comparado como lo solía hacer cuando se trataba el tema–. La vida no va a desaparecer. Se creará otra: pura y equilibrada. ¿Qué hay de malo en ello?
–Esos seres no merecen ser exterminados por capricho divino.
–¡Silencio! –se enojó–. ¿¡Cómo osas juzgar las decisiones de Padre!?
–Dices que se creará vida pura y equilibrada, pero eso jamás va a suceder. No sin un control, un control que Él no quiere asumir.
–Ese control no compete a nosotros –dijo Rafael, más sensato y calmado que su compañero de Coro.
–No es nuestra obligación tomar como competencias propias algo que sólo es competencia suya –se apresuró a decir Oreirb-ats–. Ni tampoco podemos hacerlo, porque simplemente lo tenemos prohibido.
–Hay muchas formas de hacer las cosas, aun con las limitaciones impuestas –intervino Gabriel.
–Los Arcángeles no pueden mentir –sonrió–, pero pueden estar errados y creer algo que no es cierto.
–¡Basta ya! –gritó enérgicamente Miguel-. Se ha acabado todo.
–No, Miguel. Con el tiempo comprobarás que estabas equivocado y que este momento sólo es el principio, un punto de inflexión en la existencia nuestra y de todos.
Miguel, sin decir nada, sustrajo una porción de la poderosa energía de Oreirb-ats y la apartó. El resto no supo entender la razón por la que hacía eso, aunque un avispado Zadquiel algo dedujo.
Oreirb-ats fue llevado ante Padre y Dios lo castigó al ciclo de la reencarnación desde el ser más insignificante… Hasta ahora…