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SANTOS BRIZ, DANIEL

 

Nací hace 16 años, el 10 de enero de 2046.

Desde pequeño, he gozado de cierta estabilidad familiar y económica, por lo que mis preocupaciones eran las propias de la edad.

Fui creciendo y mis padres, en lugar de lo que les pedía, me obsequiaron con un hermano al que prestaban más atención que a mí. Tuve entonces que buscarme a alguien con quien dialogar, con quien pasar el rato, con quien crecer y compartir experiencias, y apareció él: un chaval de aspecto frágil, tímido y algo pesimista que parecía ser blanco perfecto para abuso y escarnio de su persona sin que nadie pudiese hacer nada por evitarlo; pero ahí estaba yo.

 

Al conocerlo en el colegio me acordé de quién era: el hijo de unos amigos de mis padres que hacía tiempo que no veían. Me acerqué a él, intentó huir de mí, dado que yo era más alto y robusto que su escuálido cuerpo. Al final conseguí darle caza, lo arrinconé y le hice entender que no quería hacerle daño ni meterme con él, sino todo lo contrario. Le hice recordar quién era, que nos habíamos conocido hace tiempo, pero que no lo recordaba; le hablé de mis padres y también de los suyos; le hablé de que, aunque no lo creyese, ya éramos amigos. Y acabó por sonreír.

Dentro del colegio, en nuestra aula, nos sentábamos juntos; en el patio me encargué de que no le faltasen el respeto, conocimos a más chicos y chicas y comenzamos a entablar amistad con todos ellos, primer paso para poder pasarlo bien fuera de aquel lugar en el que nos dedicábamos a aprender más que a jugar.

 

Con el paso del tiempo, comencé a tener problemas con los estudios. Me resultaban complicadas varias asignaturas, sobre todo matemáticas, y fue entonces cuando me di cuenta que quien siembra acaba por recoger. Él se ofreció a enseñarme, a hacerme entender aquello que me parecía más complicado de lo que realmente era, a mostrarme cómo debía afrontar las horas de estudio para que fuesen lo más productivas posibles. Instintivamente, habíamos creado una sociedad, una relación de amistad más reforzada de lo que de por sí era. Fue entonces cuando decidí que, pasase lo que pasase, y desde aquel mismo momento, yo me encargaría de protegerlo de forma más intensa, si cabía, de lo que ya lo hacía. Me hice su protector y él fue mi protegido. Análogamente, él se comprometió a evitar que suspendiese, al menos en la medida que le fuese posible, ya que nunca he podido presumir de buen estudiante, y juró que jamás repetiría curso, obligándome a estudiar 24 horas seguidas si fuese necesario. Obviamente bromeaba, aunque pareció decirlo muy en serio.

 

El tiempo fue pasando y mi labor se hizo más intensa a la vez que la suya perdía algo de fuerza. Si bien no podía prescindir de su ayuda, lo cierto es que, académicamente hablando, me había medio estabilizado; sin embargo, la gente parecía cebarse con él. Era patente que su endeble figura, su casi perpetuo estado de ánimo pesimista y su pálida piel animaban a quienes no parecían tener escrúpulos ni sentimientos con tal de poder pasar un buen rato a costa de los demás, incluso chavales y chavalas que años atrás se lo pasaban bien con nosotros, se unían al afán de humillar a quien sin duda no se lo merecía.

Nada ha cambiado hasta ahora.

 

Me acabo de levantar. Es día lectivo y me toca ir al instituto; un instituto ruinoso que, debido a la falta de presupuesto, o eso dicen, no se reforma.

Como ya he dicho, me acabo de levantar. El despertador suena endemoniadamente para evitar que me quede dormido y llegue tarde al centro educativo, el cual acabo de nombrar. Igualmente, casi siempre acabo por entrar con algunos minutos de retraso a la primera clase.

Es temprano, tengo sueño y la proximidad del fin de semana consigue que sea infinitamente más perezoso que de costumbre.

Salgo a la calle tras desayunar, me dirijo al subalterno como cada mañana de lunes a viernes y mientras camino me encuentro con él, llegando tarde como yo. No es habitual, puesto que suele ser bastante puntual, pero sin duda es mi mejor amigo el que camina por delante de mí.

 

Soy Daniel Santos Briz, y tengo el presentimiento de que va a ser un duro día... no me preguntes por qué.

Daniel Santos Briz
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