SANTOS, JOSÉ
–Papá. Sé que es difícil asumir la muerte de mamá, pero ya ha pasado bastante tiempo como para que sigas encerrado en casa. ¿Qué va a pasar con el trabajo?
No contesté. Mi hijo tenía razón. Estaba perdiendo un valioso tiempo que no iba a volver, estaba poniendo en peligro mi propio trabajo al cual amaba casi tanto como a la propia vida y, en definitiva, estaba perdiendo mi vida.
Decidí que era la hora de pasar página y con la ayuda de mi familia comencé a levantar cabeza y me propuse continuar con mis viajes y mi trabajo. Ella lo habría querido así.
Por lo general, soy una persona viajera, amante de la naturaleza cuyo trabajo precisamente está vinculado a la misma. Me encanta fotografiar paisajes y dedicárselas a las personas que quiero, por lo que es habitual tener siempre gran cantidad de ellas para que mis seres queridos dispongan de su correspondiente dedicatoria.
Ahora que me acabo de jubilar, voy a dedicarme a viajar aún más si cabe. Siento, eso si, que dejo algo de lado a la familia, pero han sido ellos mismos los que me han animado a que siga disfrutando de la vida apasionadamente sin pensar en nada más. Mis hijos tienen su vida resuelta y mis nietos, afortunadamente, no van a pasar hambre ni requieren de mis cuidados. Cada vez que vuelva a España los iré a visitar, cargado de ilusiñon e interesantes regalos que seguro sabrán apreciar.
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A pasado mucho tiempo desde la ultima vez que regresé y tengo un mal presentimiento. LLamadme loco, pero creo que algo malo va a ocurrir y no saber qué es me provoca mucha inquietud.
–¿Señor? ¿No ha escuchado? Vamos a a terrizar. Debe abrocharse el cinturón.
–Disculpe, señorita. Estaba actualizando el diario y me quedé algo absorto. Demasaidas cosas que dejar registradas y algunos recuerdos ya están difusos.
–No se preocupe, señor. Pero apresúrese, que no tardaremos en tomar tierra.
–Gracias, señorita.
Como iba diciendo, hay algo dentro de mí que me dice que alguna cosa va a suceder, y no precisamente buena. Espero que mi familia esté bien. No sé cómo reaccionaría mi ya anciano cuerpo si supiese que a mis hijos o mis nietos les ha ocurrido alguna calamidad.
Intentaré no pensar en ello. Curar una herida antes de que se produzca no tiene sentido, pero igualmente, uno no puede ignorar sus propios sentimientos y rara vez me equivoco cuando presiento algo.
Vamos a aterrizar.